EL COSECHERO. De Ramón Ayala por Liliana Herrero
EL DESIERTO. Horacio Quiroga (fragmento 2)
La atmósfera estaba cargada a un grado asfixiante. En lado alguno a que se volviera el rostro, se hallaba un poco de aire que respirar. Y en ese momento, claras y distintas, sonaban en la canoa algunas gotas.
Subercasaux alzó los ojos,
buscando en vano en el cielo una conmoción luminosa o la fisura de un
relámpago. Como en toda la tarde, no se oía tampoco ahora un solo trueno.
“Lluvia para
toda la noche” – pensó-. Y volviéndose a sus acompañantes que se mantenían
mudos en popa:
- Pónganse las
capas –dijo brevemente-. Y sujétense bien.
En efecto, la
canoa avanzaba ahora doblando las ramas, y dos o tres veces el remo de babor se
había deslizado sobre un gajo sumergido. Pero aún a trueque de romper un remo,
Subercasaux no perdía contacto con la fronda, pues de apartarse cinco metros de
la costa podía cruzar y recruzar toda la noche delante de su puerto, sin lograr
verlo.
Bordeando
literalmente el bosque a flor de agua, el remero avanzó un rato aún. Las gotas
caían ahora más densas, pero también con mayor intermitencia. Cesaban
bruscamente, como si hubieran caído no se sabe de dónde. Y recomendaban otra
vez, grandes, aisladas y calientes, para cortarse de nuevo en la misma
oscuridad y la misma depresión de atmósfera.
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